jueves, 15 de abril de 2010

25 años con las marionetas

Esta mañana me desperté con el recuerdo de cuando por primera vez cogí en mis manos una marioneta. El recuerdo era tan fuerte, que simplemente por curiosidad quería comprobar en que año fue y cuanto tiempo exactamente ha pasado.

Y me puse a contar los años. No hay duda, son 25.

Es entonces cuando decidí que tengo que escribirlo.

Así empezó todo.

En un parque, en la ciudad de Yambol, en Bulgaria.

Estaba paseando yo sola, cuando vi mucha gente mirando hacia un pequeño escenario. Sobre unas tarimas actuaban unos niños más o menos a mi edad -13 o 14 años. Manipulaban unas marionetas de tamaño de un niño de 5 años. Me parecieron enormes y… muy bonitas. Cada una de las marionetas estaba manipulada por tres personas, una que movía la cabeza y el cuerpo, otra que manipulaba las manos y, por último, aunque se le veía sólo el pelo, ahí por debajo de todo, había una tercera persona, cuya personalidad estaba muy apretada y seguramente pisada de vez en cuando por los otros dos. Esta persona manipulaba los pies de la marioneta.

Las marionetas eran un Lobo y una Gata. Era una historia de amor y no era para niños pequeños, y precisamente eso fue lo que me llamó la atención. Al fin y al cabo los que las manipulaban eran niños, un poquito mayores que yo, ¡pero niños! Les tenía tanta envidia, observaba muy atentamente, quien que hacía, como lo hacía. Quería ser como la chica que manipulaba la cabeza de la Gata. Lo estaba haciendo tan bien. Parecía una chica normal y corriente, o sea, no sería tan difícil de hacerlo.

El número se acabó y… nada. Me quedé con el recuerdo.

Solamente pude pensar: "Algunos pueden, otros no." Y me daba muchísima pena que entre "los otros" también estaba yo. Seguí con mi paseo y esto se quedó en la memoria. Era el verano de 1982. Tenía 12 años. Casi 13.

Por suerte la historia no acabo aquí…

Un día, en el otoño del mismo año, mi madre me contó de un anuncio que había oído en la radio sobre un concurso, no se que. Era para el grupo de teatro en la Casa de los Pioneros (¡!!Entonces se llamaba así, era la época del socialismo. Ahora es un simple Centro de Actividades para Niños, pero el edificio es el mismo). Insistía que ¡debería presentarme!

No me gustó nada la idea de ir a ningún concurso. No me gustaban los concursos. ¡No me interesaba nada el teatro! Pero ya sabéis, las madres son una cosa, que no puedes ir al contra por mucho tiempo. Acabas estando de acuerdo con ellas. Así que tuve que ir a este tal concurso.

Éramos muchísimos concursantes. Unos 70, me parece. De ellos podían entrar en el grupo solamente 5.

Después de mi presentación me fui de ahí, sin ningún interés. Me dijeron que me iban a llamar. Me daba igual. Mi madre se quedo contenta que he hecho lo que debería hacer y yo me quedé más tranquila para ocuparme de mis cosas.

Pasó tiempo y me llamaron. Yo era una de los 5 niños que fueron aceptados en el grupo de teatro. ¿Y qué hago? Tenía que entrar otra vez en discusión con mi madre.

Quedamos con ella, que voy a ir a ver de que se trata y si no me gusta, pues nada. Pero por lo menos tenía que ver ¿qué es?

Bueno.

Sin ganas, con rabia y un poquito de miedo me fui a aquella Casa de los Pioneros. El grupo de teatro se situaba en un desván, una buhardilla, bajita i muy oscura. Ahí estaban los niños del grupo que en realidad no eran niños, eran del décimo y undécimo curso, o sea, eran mayores de lo que yo esperaba. Me sentí tan pequeña y débil. En mi mente ya estaba hablando con mi madre y ya casi tenía preparada la explicación porque no me gusta y porque no quiero volver a ir más ahí.

Quería quedarme me calladita en un rincón, pero no fue posible. Los novatos éramos el centro de la atención. Nos hacían preguntas de todo, de que si somos contentos de que estamos ahí, de que si nos va bien el cole, de que si hemos estado alguna vez en algún grupo de teatro, de que si nos gusta el teatro, etc. Y por si fuera poco, teníamos que responder todos, no había manera de esconderse. ¡Era como en el infierno! Pero lo que ocurrió a continuación, no me lo esperaba. Me cogió por sorpresa y a lo mejor esto fue lo que me llevo al sitio donde estoy en éste momento, escribiendo este recuerdo, ya como profesional de teatro de marionetas.

Sacaron las marionetas. ¡Aquellas mismas! ¡Las que vi en el parque aquel día! Y entonces me di cuenta de que estaba entre aquellos "niños", incluso reconocí la chica que manipulaba tan bien la Gata. Me entró miedo y pánico. ¿Qué nos van a hacer ahora? Nada especial. Los novatos teníamos que hacer bailar las marionetas sobre una música. ¡Así de sencillo!

Ahora me parecieron aun más grandes estas marionetas. ¡Eran enormes! Eran dos, ésta misma Gata y un Cabrito. Como los nuevos éramos 5, y para manipular las dos marionetas hacían falta 6 personas, uno de los "viejos" cogió la cabeza y el cuerpo de la Gata. Los demás nos colocamos quien donde quiera. A mí me tocó manipular las manos del Cabrito. Para todos nosotros eso fue la primera vez en tocar una marioneta. ¡Y de este tamaño! La única pregunta en mi cabeza era "¿Y ahora que hago con este trapo?"

En este sistema de manipulación es imprescindible una coordinación perfecta entre los tres manipuladores. Pero para unos novatos de 12 años esto fue absolutamente impensable. Pusieron la música y empezamos a mover cada uno su parte de la marioneta. Recuerdo que todos empezaron a reírse mucho. ¿Qué diablos significaba esto? ¿Qué lo estamos haciendo bien o…qué? No teníamos mucho tiempo para hacer preguntas y cada uno por su cuenta se ocupo de seguir inventando movimientos cada vez más y más extraños. Queríamos parecer interesantes para que les caigamos bien a los demás. ¡Novatos! No digo más…

¡Me imagino ahora a que debían a parecer las pobres marionetas! ¡Debería de ser un desastre! Me acuerdo muy bien de la canción y de un movimiento que hice con las manos del pobre Cabrito. Se las puse detrás de las cabeza y eso provocó una enorme ola de risa entre el público de los "viejos". Y esto me animó que a lo mejor no lo esté haciendo tan mal. En realidad nadie de nosotros no tenía ni idea de lo que hacía. Las pobres marionetas tampoco sabían que es lo que les estaba pasando, pero a todos los demás esto les daba muchísima risa.

Me quedé en el grupo.

Luego, poco a poco, con el tiempo, empezamos a aprender de los mayores como se hacía, paso a paso a aprender los movimientos. La mayoría de éstos teníamos que memorizar literalmente, porque no se puede improvisar así por así en un equipo de tres personas. Todo es como una coreografía. Yo era muy menuda, delgadita y muy responsable. La ideal para manipular los pies de una marioneta de este tipo. Sí, me tocó ser la tercera persona, por debajo de todos, pero es entonces cuando aprendí muchas cosas de la gravitación. La marioneta tenía que estar siempre muy estable y conseguir esto no era nada fácil. Porque los que manipulaban el cuerpo y las manos no veían los pies, y lo peor de todo era que si se iban a alguna parte, contaban siempre que el de abajo está obligado a leer sus pensamientos. ¡No, no tenía lugar ninguna improvisación! ¡Ni pensarlo! En el grupo se trabajaba de manera muy profesional. Teníamos nuestras funciones, ensayábamos en el mismo Teatro estatal de marionetas de Yambol, donde años más tarde volví como profesional.

Después de terminar el instituto me perdí tres años estudiando y trabajando en la medicina. Estos tres años, a partir de aprender mucho sobre los "asuntos internos" del los seres humanos, me sirvieron de reflejar sobre todo lo que quería hacer con mi vida y entendí que la medicina no era lo mío.

Volví con las marionetas. Les pedí perdón por no tenerles confianza y abandonarlos por tanto tiempo. Les abracé y me juré que nunca jamás les abandonaría.

Y así ya 25 temporadas.

Pero siempre cuando cojo una marioneta por primera vez en mi cabeza hay solamente dos preguntas: La primera es la misma de aquella primera vez: "¿Qué hago con este trapo?".

Y la segunda es "¡A ver como anda!". Y debo decir orgullosamente que ¡todos me andan muy bien!


Olga Churchich

Actriz de teatro de marionetas